Amélie Nothomb ha tenido mucho éxito de público, tanto en Bélgica, en Francia como en España. Voy a comentar la décima novela de la escritora belga, Cosmétique de l'ennemi (Albin Michel, 2001, 138 pág.), que en castellano se publicó en 2003 por Anagrama, con traducción de Sergi Pàmies, que además de buen traductor, que me consta mucho que lo es, es buen crítico, buen lector y buen escritor. La novela en cuestión es una novela trampa, si me permito la pedante expresión, porque es una novela que va descubriendo su artificialidad literaria a medida que uno la va leyendo.
-Vous croyez encore que je cherche à vous manipuler, quand je vous montre ce que serait votre voie naturelle, votre destin cosmétique. Moi, voyez-vous, je suis un coupable (...). [p.104]
Afortunadamente, este efecto de trampa no se apodera del lector inmediatamente, con lo cual, en principio está ya suficientemente enganchado como para no querer dejarlo en cuanto se descubre la trampa ficcional. La intriga ya ha dado sus frutos, y uno, a su pesar, ya quiere llegar hasta el final. En este caso, el único agravante estético es que la autora juegue con el tópico del amor y la muerte, con cierto toque mórbido que explica su éxito en los lectores adolescentes. La novela parte de un punto teórico psicológico tirado por los pelos, a saber, que todos llevamos dentro a nuestro enemigo. Lo interesante, en este caso no es tanto eso, sino que construya un diálogo del personaje con ese enemigo y que solo lo descubramos a mitad de la novela, a medida que vamos leyendo.
El excelente título de la novela juega con la etimología griega de la palabra cosmética, que remite a cosmos, orden, y solo en segundo término a la noción de belleza. Lo más flojo del libro, a mi modo de ver, es el intento final de dar una visión externa de lo acontecido en una apostilla inverosímil y malograda. Pero siendo esta mi primera lectura de una novela de Nothomb, confieso que entiendo por qué ha sabido tener lectores enganchados a sus novelas. Pero hay un sabor a trampa que se queda, y con ello quiero decir que uno se puede sentir un poco engañado como por un mago. La literatura entendida como truco. No es poco, pero puede ser más.

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